Imagínense lo que se siente no saber cómo comunicar tus pensamientos, tus sentimientos o tus ideas. Tener los conceptos corriendo por toda tu cabeza, pero no la habilidad para comunicarlos. Imagínense que no pueden hablar o escribir en la forma que los demás lo saben hacer.
Tratar de hacer un resumen del libro que te tardaste más de un mes en leer y que la maestra no le entienda nada, que todas las ideas están desorganizadas y que está lleno de faltas de ortografía y después de que le dedicaste más de 4 o 5 horas a la tarea se te olvida en la mesa de la cocina. Imagínense tener que repetir la mayor parte de los trabajos varias veces por qué está sucio, le falta estructura, se te olvidó la fecha o ponerle título y por supuesto que la maestra lo identificara por tu mala letra, o porque era el único que no traía nombre.
Mi vida escolar fue muy desagradable: No entendía bien lo que leía, las matemáticas me parecían cuentos de extraterrestres. La maestra de 5° año me pedía que escribiera el número 2543 y yo lo escribía en notación desarrollada. Odiaba los quebrados, no le encontraba ningún chiste a pasármela cortando pasteles imaginarios en trozos iguales, si lo importante era comérselos… ¡Y ya!
Nunca pude quedarme sentada, sin moverme ni siquiera un ratito. Mis maestras me decían que si tenía chinches en las pompas o qué que me pasaba, que ya estaba grandecita para saberme sentar bien y respetar el trabajo de los demás. Molestaba a los demás con mis ruidos, no los dejaba concentrarse o prestar atención, pero como yo nunca había experimentado lo que era eso de “concentrarse o prestar atención” me preguntaba ¿Y a quién se la presto?, ¿sería un material escolar que seguramente yo ya había perdido y que ni cuenta me había dado?
No entendía lo que nos decían los maestros, casi siempre llevaba a la escuela una tarea que no tenía nada que ver con la que mis compañeros hacían. En las clases soñaba, me fluían mil ideas. Sí estábamos tratando el tema de los ríos entonces mentalmente me ubicaba en alguna historia que me había pasado con anterioridad y de repente cuando regresaba de mi recuerdo ya estaban mis compañeros realizando un ejercicio de matemáticas. Siempre me pregunté ¿Cómo a qué horas cambiaron de actividad?, y ¿Por qué no me avisaron?
Por supuesto que me la pasaba castigada, haciendo páginas y páginas. Repitiendo sin cesar las tablas de multiplicar, para que al día siguiente... se me olvidaran.
¡Si, si me distraía hasta con el vuelo de una mosca!
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